sábado, 31 de agosto de 2013

Escribir es tan necesario como el acto de respirar.

Escribir es tan necesario como el acto de respirar.

Escribir sobre lo que no cuadra en los engranajes del mundo, es una

manera de cambiarlo. Al escribir un poemario con una temática llena de

ira, un cántico de malditos, no hago más que reflejar una necesidad de los

marginales.

Es una cuestión de congruencia con los extraños días que vivimos. El

acto poético, sin embargo, trasciende el interés panfletario o vivencial:

aspira a la belleza, aún en su fealdad implícita. La necesidad de poetizar y

buscar el mensaje literario es tan añeja como el acto mismo de la

escritura".

Ulises Paniagua
Narrador y poeta
 

 
Fotografía de Gabriela Vega

sábado, 17 de agosto de 2013

Mares (fragmento) Un poema de Saint-John Perse

Saint-John Perse es el Seudónimo de Alexis Saint-Léger Léger, poeta francés nacido en Guadalupe en 1887.
Su primer libro de poesía, "Elogios" fue publicado en 1911, seguido de "Anábasis" en 1924, "Exilio" en 1942, "Amargos" en 1957 y "Pájaros" en 1962. Retornó a Francia en 1957 y obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1960. Falleció en Giens el 20 de septiembre de 1975.  Aquí comparto un fragmento de uno de sus grande poemarios, Mares:



 

Mares
(Fragmentos)
Saint-John Perse
 
 
Estrechos son los bajeles
I.     ...Estrechos son los bajeles, estrecho nuestro lecho.
Inmensa la extensión de las aguas, más vasto nuestro imperio
En las cerradas estancias del deseo.

     Entra el Verano, que viene de mar. A la mar sola diremos
     Que extranjeros fuimos en las fiestas de la ciudad,
y qué astro ascendiente de las fiestas submarinas
     Vino una noche a husmear en nuestro lecho, el lecho de lo divino.

     En vano la tierra próxima nos traza su frontera.
Una misma ola por el mundo, una misma ola desde Troya
     Menea su cadera hasta nosotros. En la alta mar
muy lejos de nosotros se imprimió antaño ese soplo...
     Y el rumor una noche fue grande en las estancias:
¡la muerte misma, a son de caracolas, no se haría oír en ellas!

     ¡Amad, oh parejas, los bajeles; y la mar alta en las estancias!
     La tierra una noche lleva sus dioses, y el hombre da caza a las bestias leonadas;
las ciudades se desgastan, las mujeres sueñan. ..Que haya siempre a nuestra puerta
     Esa alba inmensa llamada mar -selección de alas y levantamiento de armas;
amor y mar del mismo lecho, amor y mar en el mismo lecho -

     y este diálogo aún en las cámaras.

* * * * *
II.
     1. "...¡Amor, amor que tan alto tienes el grito de mi nacimiento,
que es de mar en marcha hacia la Amante! Viña vendimiada sobre toda playa,
beneficio de espuma en toda carne, y canto de burbujas sobre las arenas...
¡Homenaje, homenaje a la Vivacidad divina!

     Tú, el hombre ávido, me desnudas: patrón más tranquilo
que a bordo el patrón del navío. Y tanta tela se desata,
no hay más mujer que aparejada. Se abre el Estío que vive de mar.
Y mi corazón te abre una mujer más fresca que el agua verde:
semilla y savia de dulzura, el ácido a la leche mezclado,
la sal a la sangre muy viva, y el oro y el yodo,
y el sabor también del cobre y su principio de amargura
-toda la mar en mi llevada como en la urna maternal...

     Y sobre la playa de mi cuerpo el hombre nacido de mar se ha tendido.
Que refresque su rostro en la fuente misma bajo las arenas;
y se regocije sobre mi era, como el dios tatuado de helecho macho...
Mi amor, ¿tienes sed? Soy mujer a tus labios más nueva que la sed.
Y mi rostro entre tus manos como en las manos frescas del náufrago,
¡ah! que te sea en la noche caliente frescor de almendra y sabor de aurora,
y conocimiento primero del fruto sobre la ribera extranjera.
 

     Soñé, la otra noche, islas más verdes que el sueño...
Y los navegantes descienden a la ribera en busca de un agua azul;
ven -es el reflujo- el lecho rehecho de las arenas chorreantes:
la mar arborescente deja allí, filtrándose, esas puras huellas capilares,
como grandes palmeras martirizadas,
altas muchachas extasiadas y llorosas que la mar acuesta
con sus taparrabos y sus trenzas desatadas.
 

     Y éstas son figuraciones del sueño. Pero tú, hombre de frente recta,
tendido en la realidad del sueño, bebes en la propia boca redonda,
y sabes su revestimiento púnico: carne de granada y corazón de tuna,
higo de África y fruto de Asia. ..Frutos de la mujer,
oh mi amor, son más que frutos de mar: de mí, ni pintada ni adornada,
recibe las arras del Estío de mar..."


     2. "...En el corazón del hombre, soledad.
Extraño el hombre, sin ribera, cerca de la mujer, ribereña.
Y mar yo mismo a tu oriente, como a tu arena de oro mezclado,
que vaya yo aún y demore en tu ribera,
en el desatarse muy lento de tus anillos de arcilla
-mujer que se hace y se deshace con la ola que la engendra...
     Y tú, más casta de estar más desnuda, de tus solas manos vestida,
no eres Virgen de los grandes fondos,
Victoria de bronce o de piedra blanca que se extrae, con el ánfora,
en las grandes redes cargadas de algas de los destajeros de mar;
sino carne de mujer a mi rostro, calor de mujer bajo mi olfato,
y mujer que prende su aroma
como la llama de fuego rosa entre los dedos semicerrados.

     Y como la sal está en el trigo, la mar en ti en su principio,
la cosa en ti que fue de mar, te ha dado ese sabor de mujer feliz
y a la que uno se acerca...
Y tu rostro está invertido,
tu boca es fruto para consumir a fondo de barca, en la noche.
Libre mi aliento sobre tu garganta, y la crecida, por todas partes,
de las capas del deseo, como en las mareas de luna próxima,
cuando la tierra hembra se abre al mar salaz y flexible,
ornado de burbujas hasta en sus charcas, sus pantanos,
y el mar alto en la pasturanza hace ruido de noria,
y la noche está llena de eclosiones.

     Oh amor mío con sabor de mar,
que otros pazcan lejos de mar la égloga al fondo de valles cerrados
-mentas, toronjil y meliloto, tibiezas de alisón y de orégano,
y hable allí el uno de colmenas y el otro trate de rediles,
y la oveja afelpada bese la tierra al pie de los muros de polen negro.
En la época en que se anudan los melocotoneros y se desbrozan las vides,
yo corté el nudo de cáñamo que mantiene el casco sobre su anguila,
en su cuna de madera. ¡Y mi amor está en los mares!
¡Y mi quemadura está en los mares!...

     Estrechos son los bajeles, estrecha la alianza;
y más estrecha tu medida, oh cuerpo fiel de la Amante...
¿Y qué es ese cuerpo mismo, sino imagen y forma de bajel?
Barquilla y navío, y nave votiva, hasta en su apertura mediana;
industriado en forma de carena, y sobre sus curvas modelado,
plegando el doble arco de marfil al gusto de las curvas nacidas de mar.
...Los ensambladores de cascos, en todo tiempo,
tuvieron esta manera de ligar la quilla al juego de las cuadernas y varengas.

     Bajel, mi hermoso bajel, que cede en sus cuadernas
y porta la carga de una noche de hombre, eres bajel portador de rosas.
Rompes sobre el agua cadena de ofrendas. Y henos aquí, contra la muerte,
sobre los caminos de acantos negros de la mar escarlata...
Inmensa el alba llamada mar, inmensa la extensión de las aguas,
y sobre la tierra hecha sueño en nuestros confines violetas,
¡toda la marejada a lo lejos se levanta y se corona de jacintos
como un pueblo de amantes!

     No hay usurpación más alta que en el bajel del amor."
* * * * *
III.
     1. "Mis dientes son puros bajo tu lengua.
Pesas sobre mi corazón y gobiernas mis miembros.
Patrón del lecho, oh mi amor, como el Patrón del navío.
Dócil la barra a la presión del Patrón, dócil la ola en su poderío.
Y es otra en mí quien gime con el aparejo...
Una misma ola por el mundo, una misma ola hasta nosotros,
en lo más remoto del mundo y de su edad...
Y tanto oleaje, y por doquiera, que sube e irrumpe hasta en nosotros...

     ¡Ah! no seas un patrón duro por el silencio y por la ausencia,
¡piloto muy hábil, amante demasiado atento!
Toma, toma de mí más que don de ti mismo.
Amando ¿no querrías ser también el Amado?...
Temo, y la inquietud habita bajo mi seno.
A veces, el corazón del hombre a lo lejos se extravía,
y bajo el arco de su ojo hay, como en los grandes arcos solitarios,
ese muy grande lienzo de mar de pie en las puertas del Desierto...

     Oh tú, obsedido, como el mar, por cosas lejanas y mayores,
te he visto, cejijunto, buscar más allá de mujer.
La noche en que navegas ¿no tendrá, pues, su isla, su ribera?
¿Quién, pues, en ti siempre se aliena y se reniega? -Pero no, has sonreído,
eres tú, vienes a mi rostro, con toda esa gran claridad de umbría
como de un gran destino en marcha sobre las aguas
(¡oh mar repentinamente herido de brillo entre sus grandes sementeras
de limo verde y amarillo!) y yo,tendida sobre mi flanco derecho,
oigo latir tu sangre nómade contra mi pecho de mujer desnuda.

     Estás ahí, amor mío, y lugar sólo tengo en ti.
Elevaré hacia ti la fuente de mi ser, y te abriré mi noche de mujer,
más clara que tu noche de hombre:
y la grandeza en mí de amar te enseñará tal vez la gracia de ser amado.
¡Licencia entonces a los juegos del cuerpo! ¡Ofrenda, ofrenda, y favor de ser!
La noche te abre una mujer: su cuerpo, sus puertos, su ribera;
y su noche prístina en que yace toda memoria.
¡Amor haga de ella su guarida!

     ...Estrecha mi cabeza entre tus manos, estrecha mi frente ceñida de hierro.
Y mi rostro comible como fruto de ultramar: el mango ovalado y amarillo,
rosa fuego, que los corredores de Asia sobre losas de imperio, depositan una noche,
antes de medianoche, al pie del Trono taciturno...
Tu lengua es en mi boca como salvajería de mar; el sabor del cobre está en mi boca.
Y nuestro alimento en la noche no es alimento de tinieblas, ni nuestro brebaje,
en la noche, es bebida de cisterna.

     Estrecharás el círculo de tus dedos sobre mis muñecas de amante, y mis muñecas serán,
entre tus manos, como muñecas de atleta bajo su banda de cuero.
Llevarás mis brazos anudados más allá de mi frente; y uniremos así nuestras frentes,
como para la realización conjunta de grandes cosas en la arena.
de grandes cosas a vista de mar, y yo misma seré tu muchedumbre en la arena,
entre la fauna de tus dioses.

     O bien, ¡libres mis brazos!...y mis manos tienen licencia
en el atelaje de tus músculos -sobre todo ese altorrelieve de la espalda,
sobre todo ese nudo movedizo de los riñones,
cuadriga en marcha de tu fuerza como la musculatura misma de las aguas.
¡Te loaré con las manos, poderío! y tú, nobleza del flanco viril,
pared de honor y de altivez que guarda todavía, desnuda,
como la huella de la armadura.

     El halcón del deseo tira de sus pihuelas de cuero.
El amor cejijunto se inclina sobre su presa.
Y yo, yo he visto mudarse tu rostro, ¡depredador!
como acontece a los rateros de ofrendas en los templos,
cuando cae sobre ellos la irritación divina...
Tu dios nuestro huésped, de paso, Congrio salaz del deseo,
remonta en nosotros el curso de las aguas.
El óbolo de cobre está sobre mi lengua,
el mar llamea en los templos, y el amor ruge en las caracolas
como el Monarca en las salas del Consejo.

     ¡Amor, amor, faz extranjera!
¿Quién te abre en nosotros sus vías de mar?
¿Quién toma el timón, y con qué manos?...
¡Corred a las máscaras, dioses precarios!
¡cubrid el éxodo de los grandes mitos!
El Estío, cruzado de otoño, rompe en las arenas recalentadas
sus huevos de bronce jaspeados de oro
en que crecen los monstruos, los héroes.
Y la mar a lo lejos huele fuertemente a cobre y al olor del cuerpo masculino...
¡Alianza de mar es nuestro amor que sube a las Puertas de Sal Roja!".

     2."...Amante, no levantaré techo para la Amante.
El Estío caza a la jabalina sobre los surcos de mar.
El deseo silba sobre su era.
Y yo, como el gavilán de las playas que reina sobre su presa,
he cubierto con mi sombra todo el esplendor de tu cuerpo.
¡Decreto del cielo y que nos ata! Y no es hora ya, oh cuerpo oferto,
de elevar en mis manos la ofrenda de tus senos.
¡Un lugar de rayo y de oro nos colma de su gloria!
Salario de brasas, no de rosas. ¿Y provincia marítima alguna fue,
bajo las rosas, más sabiamente pillada?

     Tu cuerpo, oh carne regia, madura los signos del Estío de mar:
manchado de lunas, de albugos, moteado de miel y de vino púrpura
y pasado como arena por el cedazo de los lavadores de oro
-esmaltado con oro y apresado en las grandes y luminosas redes
barrederas que tastrean en agua clara.
¡Carne regia y firmada con firma divina! De la nuca a la axila,
a la sangría de las piernas, y del muslo interno al ocre de los tobillos,
buscaré, baja la frente, la cifra oculta de tu nacimiento
entre las siglas reunidas de tu orden natal
-como esas enumeraciones estelares que suben, cada noche,
de las mesas submarinas para ir, lentamente,
a inscribirse al Oeste en las panegirias del Cielo.

     El estío, quemador de cortezas, de resinas,
mezcla al ámbar de mujer el perfume de los pinos negros.
Atezado de mujer y bermejo de ámbar son de julio el olor y el mordisco.
Así los dioses, ganados por un mal que no es nuestro,
se hacen de oro de laca en su piel de muchachas.
Y tú, vestida de un tal liquen, dejas de estar desnuda:
la cadera adornada de oro y los muslos pulidos como muslos de hoplita...
Loado seas, alto cuerpo velado por su esplendor,
contrastado como el oro en flor con el cuño de los Reyes.
(¿Y quién, pues no ha soñado desnudar esos grandes lingotes de oro pálido,
vestidos de ante muy suave, que hacia las Cortes viajan en los pañoles,
bajo sus bandeletas de grueso cáñamo
y sus grandes ligaduras entrecruzadas de espartería?) (...)

* * * * *
IV "...Quejas de mujer sobre la arena, jadear de mujer en la noche
no son sino arrullo de tempestad en fuga sobre las aguas.
Torcaz de huracán y acantilado, y corazón que rompe sobre las arenas,
¡cuánto mar hay aún en la dicha llorosa de la Amante!...
Tú, el Opresor y que nos pisoteas, como nidadas
de codornices y corrientes de alas migratorias,
¿nos dirás quién nos congrega?

     Mar a mi voz mezclado y mar en mi siempre mezclado, amor,
amor que grita sobre los rompientes y los corales,
¿dejarás medida y gracia en el cuerpo de mujer demasiado amante?...
Queja de mujer y estrujada, queja de mujer y no herida...
¡dilata, oh Patrón, mi suplicio; prolonga, oh Patrón, mi delicia:
¿Qué tierna bestia arponada fue, más amante, castigada?

     Mujer soy y mortal, en toda carne donde no está el Amante.
Para nosotras el duro tiro en marcha sobre las aguas.
¡Que nos pisotee con el casco, y nos hiera con el espolón,
y con el timón tachonado de bronce nos golpee!. ..
Y la Amante tiene al Amante como un pueblo de gañanes,
y el Amante tiene a la Amante como una reyerta de astros.
Y mi cuerpo se abre sin decencia al Garañón del rito
como la mar misma en la embestida del rayo.(...)

* * * * *
V. A tu lado arrumbada, como el remo a fondo de barca;
a tu lado adujada, como la vela con la verga, al pie del mástil anudada...
Un millón de burbujas más que dichosas, en la estela y so la quilla.
Y la mar misma, nuestro sueño, como una sola y vasta umbela...
Y su millón de cabezuelas, de flásculos en vías de diseminación...

     ¡Supervivencia, oh prudencia! Frescura de tormenta y que se aleja,
párpados macerados, del azul de tormenta... Abre la palma de tu mano,
dicha de ser... ¿Y quién, pues, estaba ahí, que no es más que favor?
Un paso se aleja en mí que no es de mortal.
Viajeros a lo lejos viajan que no hemos interpelado.
Tended la tienda impregnada de oro, oh pura umbría de trasvida...

Y la grande ala silenciosa que tan largo tiempo
fue tal, a nuestra popa, orienta todavía en el sueño,
orienta todavía sobre las aguas,
nuestros cuerpos que tanto se han amado,
nuestros corazones que tanto se han conmovido...
A lo lejos la carrera de una última ola,
alzando más alta la ofrenda de su freno...
Te amo -estás aquí- y toda la inmensa dicha de ser
que fue aquí consumada. (...)

* * * * *
VI.  Un poco antes de la aurora y las cuchillas del día,
cuando el rocío de mar enluce los mármoles y los bronces,
y el ladrido lejano de los campos hace deshojarse a las rosas en la ciudad,
yo te vi, velabas, y fingí el sueño.

     ¿Quién, pues, en ti se aliena siempre con el día?
Y tu mansión, ¿dónde, pues, está?...
¿Te irás mañana sin mí por la mar extranjera?
¿Quién, pues, tu huésped, lejos de mí?
¿O qué Piloto silencioso sube solo a tu bordo,
de ese lado de mar que no se aborda?

     Tú, a quien he visto crecer allende mi cadera,
como inclinado sobre el borde de los acantilados,
no conoces, no has visto, tu faz de águila peregrina.
¿El pájaro tallado en tu rostro horadará la máscara del amante?

¿Quién eres, pues, Patrón nuevo?
¿Hacia qué tendido, en que no tengo parte?
y ¿sobre qué borde del alma irguiéndote,
como príncipe bárbaro sobre su montón de arreos?;
¿o como ese otro, entre las mujeres, husmeando la acidez de las armas?

¿Cómo amar, con amor de mujer -amando, a aquel
por quien nadie puede nada? ¿Y de amor qué sabe él?(...)

* * * * *
VII. Llegado el invierno, la mar de caza, la noche remonta los estuarios,
y los veleros votivos se acunan en las bóvedas de los santuarios.
Los jinetes del Este han aparecido sobre sus caballos color de pelo de lobo.
Las carretas cargadas de hierbas amargas se empinan sobre las tierras.
Y los bajeles en seco son visitados por pequeñas nutrias ribereñas.
Los extranjeros ve nidos de mar serán sometidos a censo.

     Amiga, he visto tus ojos rayados de mar, como los ojos de la Egipcia.
Y las barcas de placer son traídas bajo tos pórticos,
por las alamedas bordeadas de caracolas, de bocinas;
y las terrazas desunidas son invadidas
por una población tardía de pequeños lirios de las arenas.
La tormenta anuda sus trajes negros y cielo caza anclado.
Las altas mansiones sobre los cabos son apuntaladas con tablones.
Se entran las jaulas de pájaros enanos.

     Llegado el invierno, la mar a lo lejos, la tierra nos muestra sus rótulas.
Se queman la pez y la breai en los peroles de hierro colado.
Es tiempo, ¡oh Ciudades! de blasonar con una nave las puertas de Cibeles
y es también venido el tiempo de celebrar el hierro sobre el yunque bigornia.
La mar está en el cielo de los hombres y en la migración de los techos. (...)


Versión de Jorge Zalamea Borda
     


 

martes, 6 de agosto de 2013

La presencia de Efraín Huerta y Octavio Paz en Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño

 
por: Miguel Ángel Hernández Acosta





Raquel Huerta-Nava me ha permitido contar esta historia porque todos los escritores involucrados en ella ya están muertos. Parece mentira, pero las mafias literarias, los egos y las filiaciones políticas fueron algunos de los motivos que obligaron a estos creadores a tratar de ocultar los hechos. Los literatos involucrados son cuatro, o cinco, según se vea el asunto: Roberto Bolaño, Mario Santiago, Efraín Huerta, Octavio Paz y José Revueltas, este último de refilón.
El secreto me fue revelado hace una semana, en la presentación de un libro compilatorio de algunos ensayos de Efraín Huerta. Si hasta hoy lo doy a conocer es porque aún tardé un poco en organizar los datos, las fechas y en comprobar algunos testimonios. Asimismo, creo que los nombres de los informantes, con excepción de Raquel, no son de mucha importancia. Sobra decir que todos ellos son de mi absoluta confianza.
Todo empezó hace algunos meses, veinte aproximadamente, sin embargo, fue hasta la semana pasada cuando Raquel aceptó contestar mi pregunta.
—¿Su padre conoció a los infrarrealistas, Raquel?
—¡¿Conocerlos!? Más bien los inspiró.
La respuesta confirmó mis sospechas. Pero vayamos poco a poco.
Hace aproximadamente un año concluí mi licenciatura. El nombre de mi tesis era: La ciudad de México en los poemas de Efraín Huerta: un análisis narrativo. En este trabajo hice un mapa de las calles y lugares que habitan la poesía de Efraín Huerta, el gran cocodrilo. Asimismo, ilustré el cambio de geografía en los poemas a partir de que Efraín Huerta se mudó a Polanco; entonces, decía en las conclusiones de la tesis, su poesía se llenó de nombres como Hegel, Horacio, Presidente Masaryk y Ejército Nacional. También puse de relieve la constante presencia del Metro (entonces sólo existían las líneas 1, 2 y 3) en los delirios del autor nacido en Silao, Guanajuato.
Al saber que nadie había leído mi tesis, con excepción de los sinodales, decidí “regalarle” mi trabajo a alguno de los hijos del poeta que me había inspirado y gracias a quien había obtenido mi título.
Jamás contacté al maestro David Huerta. Sin embargo, a su hermana Raquel un día la conocí en la presentación de uno de sus libros. Ahora no recuerdo el título, pero sé que era una de las biografías que le valieron un gran reconocimiento.
Al final de la plática me le acerqué y tímidamente me presenté con ella. Le comenté el motivo de mi presencia y ella dijo sentirse feliz de que los jóvenes de hoy aún leyeran a su padre. Me pidió mis datos, prometió leer el trabajo y posteriormente darme su opinión.
Pasaron algunas semanas antes que supiera de ella, sin embargo, el día que llamó me pidió que fuéramos a tomar un café para discutir su lectura de mi tesis.
En resumidas cuentas, dijo que el trabajo le parecía interesante, aunque me recomendaba consultar algunas otras fuentes, claro, si es que estaba interesado en continuar con el estudio de la vida y obra de su padre.
A partir de ese día no dejé de acudir a sus presentaciones, así como a los encuentros o charlas que se realizaban en honor de Efraín Huerta. Pronto nos hicimos amigos y ella terminó por confiarme algunas de las aventuras de su padre.
Hasta aquí, por el momento, de Efraín Huerta. Ahora hablemos un poco de una de mis novelas favoritas: Los detectives salvajes,del chileno Roberto Bolaño.
La contraportada de este libro resume: “Arturo Belano y Ulises Lima, los detectives salvajes, salen a buscar las huellas de Cesárea Tinajero, la misteriosa escritora desaparecida en México en los años inmediatamente posteriores a la Revolución, y esa búsqueda —el viaje y sus consecuencias— se prolonga durante veinte años, desde 1976 hasta 1996, el tiempo canónico de cualquier errancia, bifurcándose a través de múltiples personajes y continentes, en una novela en donde hay de todo...”.
Creo que estas palabras describen a la perfección el contenido del libro. Quizá fueron estas palabras las que me hicieron leerlo y posteriormente fascinarme con él. Así, descubrí a un autor que, aunque no fue de mi total agrado en el libro Llamadas telefónicas, sí se convirtió en uno de mis favoritos.
Aquí he de confesar una de mis manías. Cuando me gusta la forma de escribir de un autor busco todo lo que esté al alcance: su biografía, entrevistas, audios, etcétera. De Roberto Bolaño, por fortuna, existe material abundante. De esta forma me enteré de que era chileno, de que había viajado a México a los 15 años, en 1968, y de que regresó a su país natal a defender el gobierno de Salvador Allende. Además, supe que en los tiempos de mi lectura había recién fallecido y que desde 1977 hasta el día de su muerte su vida estuvo vinculada a España, podría decirse que vivió gran parte de este periodo en ella, mas sus constantes viajes lo convirtieron en un “habitante del mundo”, salvo por el lugar común.
Así, de manera gradual fui reconstruyendo su vida: su llegada a México (junto con su familia), el abandono de los estudios a los 16 años, su amistad con el poeta Mario Santiago, su filiación trotskista, su vuelta a Chile, su encarcelamiento y posterior liberación gracias a dos policías conocidos de infancia, su llegada a España, sus múltiples oficios. Su primer libro en colaboración (Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce), los concursos ganados antes de Los detectives salvajes y los premios Rómulo Gallegos y el Herralde de Novela.
De todos los datos que recabé uno llamó mi atención, el que Roberto Bolaño reconociera como dos poetas influyentes en él a Efraín Huerta y Enrique Lihn. Cuando descubrí lo anterior no dejé de recordar que al terminar de leer Los detectives... en lo primero que pensé fue en el mapa que había incluido en mi tesis sobre la geografía de la ciudad de México en la poesía de Huerta. ¿Podría hacerse uno similar tomando como referencia la novela de Bolaño?
Además era curioso que Bolaño jamás hubiera conocido a estos poetas, al menos eso afirmaba en todas las entrevistas que había leído. Si Bolaño había vivido en México en 1968, cuando a Efraín Huerta le publicaban antologías y daban reconocimientos, era extraño que el joven Bolaño, con aspiraciones de poeta, no hubiera acudido a ninguna presentación o que no se hubiera topado con Huerta en alguna reunión literaria.
Más tarde supe que Roberto Bolaño junto con Mario Santiago sufrieron una especie de exilio dentro de las letras mexicanas. ¿La razón? El movimiento poético llamado infrarrealismo y sus constantes ataques a los escritores cercanos a Octavio Paz, entonces gran patriarca de la cultura mexicana.
El infrarrealismo, según el propio Bolaño afirmó en una entrevista, “era antipaciano, sí, pero también antiizquierda neostalinista, esa izquierda dirigida. Nosotros nos situábamos en una especie de franja anarquizante, en contra de todo. Porque no sólo estuvimos en contra de Paz, sino de la Espiga Amotinada. Respetábamos en cambio a Efraín Huerta. El infrarrealismo era la versión mexicana del Dadá, con la gran suerte de que contábamos con dos poetas extraordinarios: Mario Santiago y Darío Galiciaera”.
Roberto Bolaño daría cuenta de esta segregación de la literatura mexicana y del infrarrealismo en Los detectives salvajes, novela que en gran parte es autobiográfica. De esta manera el infrarrealismo se convirtió en el real visceralismo, Roberto Bolaño había adoptado el disfraz de Arturo Belano (uno de los protagonistas del libro) y Mario Santiago era el alter ego de Ulises Lima. Esto lo comprobé gracias a un artículo de Bruno Montané Krebs, amigo de Bolaño y Santiago.
En este artículo se hacía referencia a las caminatas nocturnas que emprendía Mario Santiago, así como sus reuniones con Bolaño en el Café La Habana, de la ciudad de México, y la afición de estos escritores por los cigarros Delicados. Asimismo, Montané Krebs añadía que Bolaño se había desempeñado como periodista durante su estancia en México.
Descubrí además que Mario Santiago Papasquiaro (1953-1998) se llamaba en realidad José Alfredo Zendejas Pineda, pero su seudónimo poético “era un doble homenaje a un amigo de la infancia y adolescencia y el apellido hacía referencia al lugar de nacimiento de José Revueltas”, a quien por cierto admiraba.
Aquí se me reveló el primer dato curioso de esto que hoy les cuento: los tres escritores mexicanos, amados u odiados por los infrarrealistas (Paz, Huerta y Revueltas) nacieron en 1914, Paz y Huerta habían sido grandes amigos, al igual que Huerta y Revueltas. Podría decirse que Paz era el amigo literario de Huerta, mientras que Revueltas era su amigo político. Además, recordé que Efraín Huerta había pertenecido al Partido Comunista de México (al igual que Revueltas), aunque lo habían expulsado. A pesar de esto, Huerta no dejó de apoyar dicho movimiento político, prueba de ello fue el recital que ofreció junto con Pablo Neruda donde hablaron de Stalingrado y de la situación del comunismo en el mundo.
Huerta (y Paz en cierta medida), en ese entonces, y me refiero a finales de los años cuarenta, daba vida, sin darse cuenta, a lo que terminaría por llamarse Los detectives salvajes.
1949 es la fecha precisa. Ese año Efraín Huerta, junto con Otaola, Otto Raúl González, Margarita Paz Paredes e incluso el gobernador de Guanajuato fundaron el cocodrilismo, “escuela lírica y social que en mucho se opone al existencialismo, extraordinaria escuela de optimismo y alegría”, según describía Huerta. Ese mismo año, nacía su hijo David Telémaco Huerta. Así, Efraín se convertía en Odiseo, al ser el padre de Telémaco.
Hasta aquí nada tenía relación para mí. Todo se podía resumir en que mi admirado Efraín Huerta había sido admirado por mi también admirado, Roberto Bolaño.
Todo hubiera parado en esto, sin embargo, un día navegaba por Internet cuando descubrí la grabación de una entrevista que Roberto Bolaño había otorgado al programa chileno Off the record. En esa grabación, el periodista Fernando Villagrán le preguntaba a Bolaño sobre su vida en general. Pude notar que si no le preguntaba por sus libros se debía a que en Chile poco los conocían.
La entrevista me produjo una extraña sensación. No, no fue la entrevista, más bien fue la voz de Bolaño, un poco apagada, demasiado pensada. No fue sino cuando habló de México cuando comenzó a entusiasmarse, quizá recordando sus tiempos adolescentes.
—¿Hay algún personaje de la literatura mexicana con el que tú te relacionaste, que te haya influido de manera importante? —preguntó Villagrán.
—De manera importante —contestó Bolaño— hay un poeta: Mario Santiago, quien para mí es el mejor poeta que he conocido en mi vida... Y luego conocí a Efraín Huerta, en México, con él tuve una buena amistad y me ayudó muchísimo...
En ese momento se interrumpió Roberto Bolaño. Parecía que se hubiera arrepentido de la declaración. Carraspeó y se oyó como si se acomodara en la silla. “Básicamente eso”, agregó Bolaño e intentó desviar la atención hacia Enrique Lihn, de quien nunca se cansaba de platicar.
Recuerdo que en ese momento no aquilaté el valor de la declaración de Bolaño; sin embargo, cuando iba de camino a casa el inconsciente me hizo recordar las palabras del chileno. ¿Pues no que no había conocido a Huerta ni a Lihn?, al menos eso decía en todas las entrevistas que yo había leído. La duda me obligó a revisar en casa los papeles que sobre Bolaño guardaba. Tenía razón: en todas las entrevistas negaba conocer a Huerta, incluso ahora me parecía extraño su afán por dejar claro que nunca lo había conocido.
Me negué a creer que Bolaño le mintiera a Fernando Villagrán. Más bien, supuse, tal vez a Villagrán fue a quien le dijo la verdad, creyendo que esta entrevista, de un programa de media noche averigüé después, jamás se daría a conocer en México o a través de Internet. La inesperada declaración de Bolaño me proporcionó el segundo dato curioso.
En esta época, la del segundo descubrimiento, fue cuando conocí a Raquel Huerta Nava.
Intrigado por la declaración de Bolaño investigué cuanto pude acerca de su estadía en México. No había gran cosa: su amistad con Mario Santiago, su actividad periodística, sus visitas al Café La Habana y el abandono de sus estudios.
Una cosa me llevó a otra. Comencé a buscar más datos de Mario Santiago Papasquiaro, hasta que encontré dos poemas que llamaron mi atención: Consejos de un discípulo de Marx a un fanático de Heidegger, dedicado a Roberto Bolaño y Kyra Galván (“camaradas y poetas”), y Ya lejos de la carretera, “a la memoria de Infraín”. Obviamente el primero me recordó el libro a cuatro manos escrito por Roberto Bolaño y Antoni García Porta: Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce. El segundo, y esto dependería de la lectura de otro poema de Santiago cuyo título nunca supe, lo relacioné con Efraín Huerta: “Infraín Huerta (1914-1982) / Calavera Pirata / Santo Profeta del refuego (II)”.
Así, un cabo más estaba atado: Mario Santiago Papasquiaro también era admirador de Efraín Huerta. Hasta aquí lo que pude averiguar.
En este momento de mi vida ya conocía a Raquel Huerta, lo he dicho, acudía a sus presentaciones y a veces platicaba con ella. Sin embargo, fue en una plática sobre Efraín Huerta por su aniversario luctuoso, a la que no se presentó Raquel, gracias a la cual descubriría casi toda la historia que hoy quiero dar a conocer.
Acudí a la plática esperando nuevas revelaciones sobre Huerta, sin embargo un poeta que decía conocer la obra del gran cocodrilo hizo que me molestara. En una parte de su exposición hablaba de la ironía y el humor en la poesía huertiana. Para sustentar su dicho recitó un fragmento del Manifiesto nalgaísta: “...bastará citar el caso de mi tía la segunda. Visiblemente dotada de un trasero de imponentes dimensiones, jamás nos hubiéramos permitido ceder a la fácil tentación de los sobrenombres habituales; así, en vez de darle el apodo brutal de Ánfora Etrusca, estuvimos de acuerdo en el más decente y familiar de la Culona. Siempre procedemos con el mismo tacto...”.
En ese momento sentí un inmenso coraje. ¿Cómo era posible que alguien que se atreve a hablar de la obra de Huerta pudiera atribuirle ese párrafo a Efraín? ¿Acaso no había hecho caso de las cursivas presentes en el texto, no le habían indicado que el gran cocodrilo citaba a alguien? ¿No sabía, el muy ignorante, que ese fragmento había sido escrito por Julio Cortázar y que pertenecía a su libro Historias de cronopios y famas?
Tal fue mi enojo que provocó que dudara un poco de mí, quizá el fragmento sí era de Huerta. Por si las dudas al llegar a casa quise comprobarlo. No encontré mi edición de Poesía completa de Efraín Huerta, editada por el Fondo de Cultura Económica; mi libro de Transa poética lo había prestado, y el Material de lectura de Efraín Huerta, publicado por la Unam, no contenía el Manifiesto nalgaísta. Me vi obligado a recurrir a mi tesis. Fue ésta la que me brindó otro dato curioso, aunque en ese momento no lo tomé como tal. En efecto, el Manifiesto, escrito en 1965, incluía en cursivas este párrafo. Además, comprobé que en Historia de cronopios y famas, dentro de los oficios extraños, venía el “cuento” donde Cortázar hablaba de su tía la culona.
Sin embargo, si he de ser sincero, mi memoria me había jugado una broma y había mezclado el Manifiesto nalgaísta con las Barbas para desatar la lujuria. Cuando me di cuenta de esto no pude evitar releer ambos poemas. Los dos, según aclaraba en mi tesis, eran de 1965.
Así, descubrí la ciudad nocturna que describía Huerta en Barbas para desatar la lujuria y el lenguaje “experimental” ocupado en el Manifiesto nalgaísta. Ambas características me recordaron los poemas de Mario Santiago Papasquiaro, así como el apodo de Infraín dado al cocodrilo poeta. Releí el manifiesto y comprendí que en él Huerta nos invitaba a compartir su locura, el inframundo citadino: “No voy al paraíso ni al infierno / yo voy al Nalgatorio”, decía Efraín.
Además, la relectura de Barbas para desatar la lujuria me llevó a Sabines, a Paz, a Lecumberri (donde frecuentemente caía Revueltas), a José Emilio Pacheco, al Centro Mexicano de Escritores, a la Unam, al Poli y a los recorridos nocturnos que hacía el cocodrilo por toda la ciudad. Recordé entonces, y no me pregunten cómo, que Efraín Huerta, de joven, iba a esperar a que Octavio Paz saliera de su trabajo en la Secretaría de Hacienda y se iban a caminar por el centro histórico de la ciudad de México, al tiempo que hablaban sobre todo de literatura: ¿Has leído tal libro?, le preguntaba por lo regular Paz a Huerta. Ante la negativa de Huerta, Paz le prestaba el ejemplar que tenía en la imponente biblioteca de su casa de Mixcoac. También me acordé de que en 1968, durante un homenaje a Huerta, Jaime Sabines dijo que todas las mujeres se enamorarían del guanajuatense, “si no fuera tan feo el pobre”. José Emilio Pacheco, por cierto, fue quien se encargó de descubrirme el origen del cocodrilismo en la presentación del disco Voz Viva de México que la Unam editó con la voz de Huerta.
Ahora, cuál es la importancia de esto. Veamos.
  1. El cocodrilismo, al igual que el infrarrealismo y el real visceralismo, comparten características: el humor, la forma de ver la vida, y la lejanía con Paz (tanto en la escritura como en la ideología).
  2. Si Roberto Bolaño y Mario Santiago fueron relegados del sistema cultural mexicano debido a sus agresiones contra Paz, muy probable es que ninguno de ellos se pudiera haber desempeñado como periodista, sin embargo Bolaño lo fue (al menos eso decía en sus entrevistas). ¿Quién podría haberlo ayudado?
  3. Resulta extraño que Bolaño siendo trotskista y Huerta un comunista expulsado junto con la célula José Carlos Mariátegui no se conocieran. La disidencia, y eso cualquier ideólogo lo sabe, une incluso a los polos opuestos.
Ahora bien, acerquémonos un poco a Roberto Bolaño y a Los detectives salvajes. Ulises Lima (Mario Santiago en la realidad) tomó su nombre del héroe que recorre los caminos y viaja, y su apellido debido al amor de Santiago por la poesía peruana. Así, todo parece tener sentido, hasta que conocemos las revelaciones de Raquel Huerta.
Los datos anteriores fueron necesarios sólo en función de que esta historia sea comprensible.
Como se recordará, cuando surgieron en mí dudas acerca de si Huerta había conocido en realidad a los infrarrealistas era la época cuando comenzaba a relacionarme con Raquel Huerta. Esta relación que pronto se convirtió en amistad me brindó aquella frase memorable que me había dicho la “cocodrilita”: “¡¿Conocerlos!? Más bien los inspiró”.
Ahora resumamos la situación tomando en cuenta, como dije en un principio, las revelaciones de Huerta Nava, y otras personas.
Huerta conoció a Bolaño y Santiago Papasquiaro en el Café La Habana de la ciudad de México. Esa tarde el Efraín periodista entrevistaba a Jacqueline Andere acerca de su nueva película. Una secuencia de esa película, si es que han leído Llamadas telefónicas de Bolaño, había sido rodada en la Alameda Central, a donde Bolaño iba a perder el tiempo, a platicar con un vagabundo y a leer los libros que robaba de la Librería El Sótano.
Los jóvenes poetas se acercaron a Huerta. Bolaño, y esto lo confirmó su esposa, le pidió al periodista una copia de la foto que le había tomado a Jacqueline Andere. Al poco tiempo los tres poetas (dos en ciernes) platicaban. Como se sabe, hasta que perdió la voz, Efraín fue un excelente conversador. Los temas se desviaron a la literatura, como siempre ocurre entre poetas, y terminaron siendo “amigos”. Efraín Huerta rió cuando le contaron que Paz les había bloqueado la entrada a cualquier suplemento o revista debido a sus ataques constantes en las conferencias donde se presentaba él o sus hijos literarios. Después de eso les prometió hablar con su gran amigo Octavio y ofreció ayudarlos en la medida que evitaran más agresiones contra Paz. Mario Santiago no finalizó sus ataques a los pacianos, en cambio Roberto Bolaño como recompensa obtuvo un empleo en el mismo periódico donde Efraín colaboraba con artículos sobre cine: el Excélsior.
En el inter, Efraín Huerta les inculcó el gusto por los poetas franceses, por Neruda (Bolaño era un poeta parricida), e incluso, en un arranque literario, les mostró los poemas hasta entonces inéditos Barbas para desatar la lujuria y el Manifiesto nalgaísta. Esa noche, según me contó la esposa de Bolaño una vez que pude comunicarme con ella, nació el infrarrealismo, copia del cocodrilismo, sólo que con un odio profundo a Paz y a todo lo que oliera a establishment.
Huerta, al enterarse de esta nueva corriente, no hizo más que celebrarla. Recuérdese que a Efraín le gustaba todo lo novedoso. Además le divertía el odio de esos muchachos hacia Paz, quien de no haber sido atacado en público por ellos, jamás hubiera reparado en el “chilenito” y el “mexicanito” como tiempo después los llamaría.
Efraín Huerta habló con Paz, quien accedió a entrevistarse con los infrarrealistas, pero el rumor sobre un posible secuestro de parte de Bolaño y Santiago al tlatoani de la cultura nacional, impidió que dicho encuentro se llevara a cabo. Paz jamás perdonó a los infrarrealistas, o a lo mejor sí, todo depende de si lo contado en Los detectives salvajes es cierto. Recordemos que Ulises Lima se entrevistó con Paz en el Parque Hundido.
Efraín, generoso como sólo él sabía serlo, presentó a los infrarrealistas con sus amigos: Sabines, Pacheco y Revueltas. He aquí la razón del apellido de Mario Santiago Papasquiaro, quien alguna vez confesó su cercanía intelectual con José Revueltas y la izquierda mexicana. Sin embargo, y esto debe quedar muy claro, toda su personalidad terminó siendo un alter ego de Efraín Huerta, quien les descubrió la ciudad de México mediante caminatas nocturnas.
Ahora bien, hasta aquí se ha podido descubrir que Mario Santiago es en realidad un alter ego creado a partir de Efraín Huerta; que el infrarrealismo surgió a partir del cocodrilismo; y otra situación que se deriva de la atenta observación de los nombres de los detectives salvajes: Ulises Lima en realidad es un homenaje a Efraín Huerta, en primera instancia, y después a Mario Santiago. Ulises, habrá que aclarar, es el nombre latino de Odiseo, quien a su vez es padre de Telémaco. Efraín Huerta, por si lo han olvidado, es padre de David Telémaco Huerta. Efraín Huerta en realidad es el caminante, quien atraviesa la ciudad de México y quien resulta vencedor de cualquier aventura con “los hombres del alba”.
Por último, y esto sólo es una forma de redondear mi hipótesis (que Efraín Huerta y Octavio Paz son en realidad la base de Los detectives salvajes), la poeta Cesárea Tinajero también es “creación” de Efraín Huerta, aunque habrá que reconocer la participación de Paz en la construcción de dicha “leyenda”.
La historia es la siguiente, y procuro ser breve.
Como recuerdan Huerta esperaba en los jardines de la Secretaría de Hacienda a que Octavio Paz saliera de trabajar para irse a caminar y platicar sobre literatura, pero había un tema que ocupaba gran parte de ese tiempo: el poeta César Tortolero, de quien Efraín Huerta había conseguido salvar un libro en medio de una quemazón organizada en Querétaro para acabar con la literatura impura. Esto en 1925. Bien sabemos que Huerta pasó parte de su infancia en Querétaro, cuando su familia huyó de Silao, León e Irapuato debido a la rebelión delahuertista.
El niño Efraín sacó el libro de la hoguera, leyó algunos poemas que contenía y memorizó uno. El libro, como pasa en estos casos misteriosos, desapareció cuando se mudó junto con su familia a la ciudad de México. Años después, cuando Efraín Huerta ya era el poeta de la ciudad, se encargó de preguntar a los poetas consagrados si sabían “algo” de César Tortolero. Nadie, con excepción de Germán List Arzubide, el estridentista, le supo dar razón de él (habrá que recordar que el estridentista Amadeo Salvatierra fue el encargado de ayudar a los detectives salvajes en su búsqueda de Cesárea Tinajero. Aquí se aprecia la enorme similitud de la ficción con la realidad).
Desde entonces y hasta que murió, Huerta se afanó en investigar y reconstruir la vida de este personaje misterioso. Su amigo Octavio Paz fue el único que le ayudó en tal empresa.
Creo que está de más explicar la relación entre Cesárea Tinajero y César Tortolero. Creo, además, que los hilos que faltan por hilvanar ustedes podrán hilvanarlos. Yo sólo quería hablarles esta tarde un poco de Efraín Huerta y Roberto Bolaño, mis autores preferidos.




Tomado de Letralia, tierra de letras:  http://www.letralia.com/ed_let/15/16.htm




sábado, 3 de agosto de 2013

Borges, Arreola, Avilés Fabila, y sus Bestiarios personales



Si eres uno de esos amantes, profundos e inteligentes, del género de las ficciones, por así bien nombrarlas; y en especial te fascinan los Bestiarios, ese género donde aparecen animales y seres imposibles -que son los menos-, como lo refiere el agudo escritor argentino, autor del relato "El alpeh", y del poema "El Gólem"; aquí compartimos una pequeña muestra de ello.
      Se trata de tres autores latinoamericanos que se han internado en tales mundos inmemoriales, para hacernos llegar sus propias versiones al respecto: el propio Jorge Luis Borges, y los mexicanos Juan José Arreola y René Avilés Fabila.
     Es una muestra breve, pero seguro resultará asombrosa. Disfrútalos:



El A Bao A Qu
(Jorge Luis Borges, El libro de lo seres imaginados)
 

Para contemplar el paisaje más maravilloso del mundo, hay que llegar al último piso de la Torre de la Victoria, en Chitor. Hay ahí una terraza circular que permite dominar todo el horizonte. Una escalera de caracol lleva a la terraza, pero sólo se atreven a subir los no creyentes de la fábula, que dice así:
      En la escalera de la Torre de la Victoria, habita desde el principio del tiempo el A Bao A Qu, sensible a los valores de las almas humanas. Vive en estado letárgico, en el primer escalón, y sólo goza de vida consciente cuando alguien sube la escalera. La vibración de la persona que se acerca le infunde vida, y una luz interior se insinúa en él. Al mismo tiempo, su cuerpo y su piel casi traslúcida empiezan a moverse. Cuando alguien asciende la escalera, el A Bao A Qu se coloca en los talones del visitante y sube prendiéndose del borde de los escalones curvos y gastados por los pies de generaciones de peregrinos. En cada escalón se intensifica su color,su forma se perfecciona y la luz que irradia es cada vez más brillante. Testimonio de su sensibilidad es el hecho de que sólo logra su forma perfecta en el último escalón, cuando el que sube es un ser evolucionado espiritualmente. De no ser así el así, el A Bao A Qu queda como paralizado antes de llegar, su cuerpo incompleto, su color indefinido y su luz vacilante.
     El A Bao A Qu sufre cuando no puede formarse totalmente, y su queja es un rumor apenas perceptible, semejante al roce de la seda. Pero cuando el hombre o la mujer que lo reviven están llenos de pureza, el A Bao A Qu puede llegar al último escalón, ya completamente formado e irradiando una viva luz azul. Su vuelta a la vida es muy breve, pues al bajar el peregrino, el A Bao A Qu rueda y cae hasta el escalón inicial, donde, ya apagado y semejante a una lámina de contornos vagos, espera al próximo visitante. Sólo es posible verlo bien
cuando llega a la mitad de la escalera, donde las prolongaciones de su cuerpo, que a manera de bracitos lo ayudan a subir, se definen con claridad. Hay quien dice que mira con todo el cuerpo y que al tacto recuerda la piel del durazno.
     En el curso de los siglos, el A Bao A Qu ha llegado una sola vez a la perfección.El capitán Burton registra la leyenda del A Bao A Qu en una de las notas de su versión de Las Mil y Una Noches.
 
 
 
 
El Carabao
(Juan José Arreola, Bestiario)
 
 
 
«Frente a nosotros el carabao repasa interminablemente, como Confucio y Laotsé, la hierba frugal de unas cuantas verdades eternas.»
«Y sobre todo los cuernos, ya francamente de búfalo: anchos y aplanados en las bases casi unidas sobre el testuz, descienden luego a los lados en una doble y amplia curvatura que parece escribir en el aire la redonda palabra carabao.»





El más extraño de los animales prodigiosos
(René Avilés Fabila)
 
 
 
Dentro de esa jaula de grandes proporciones, pasta tranquilamente una rara especie. Ningún letrero lo anticipa. Algunos expertos en zoología señalan que se trata de un pegaso sin alas, otros más afirman que es un unicornio sin cuerno. La gente sencilla, que se arremolina en el lugar, prefiere decirle caballo.
 
 
 
 
 

Los cuentos de Ulises Paniagua, René Avilés Fabila



"Historias de la ruina",
los cuentos de Ulises Paniagua
 
 
por: René Avilés Fabila
 
El magnífico escritor René Avilés Fabila,
y el escritor  Ulises Paniagua, en Tezontepec de Aldama, Hgo.
 
 
 
Si para un diccionario común el cuento es simplemente el arte de contar y concede dos sinónimos: narración y fábula, para críticos y creadores se trata de algo más complejo y en consecuencia más profundo. Según el español Julio Casares, en otra idea sencilla, “las acepciones de la palabra cuento son: relación de un suceso falso, fábula que se cuenta a los muchachos para divertirlos”. Miguel de Cervantes distinguía dos clases de cuentos: los que deleitan y los que deleitan y enseñan, es decir, la fábula y el apólogo, mientras que para Julio Cortázar, teórico del cuento y a su vez también espléndido cuentista, la característica de Edgar Allan Poe, maestro del mismo género, era englobar los tres sentidos de su creación: el suceso a relatar es lo que importa, el suceso es falso y el relato tiene una finalidad hedónica.
   En los orígenes del arte, es muy probable que el cuento haya sido una de las primeras formas de expresión literaria. Creo que estamos hablando del género primigenio: aún antes de la invención del alfabeto y en consecuencia la escritura. No es difícil imaginar a un grupo de hombres y mujeres en torno a un vivac, al anochecer, luego de una cacería o de la recolección de frutos, escuchar el relato de una hazaña o de una historia que trata de explicar un fenómeno natural. Nadie contaba una historia larga y fatigante y la continuaba noche tras noche: el relato nació breve. El cuento aparece oral y esta tradición popular pasa de un lugar a otro en un mundo sin fronteras y sin propiedad privada. El gran hombre de letras Menéndez Pidal califica al cuento como género literario emigrante por excelencia. Los mismos temas --el amor, la virtud, la maldad, el odio...-- aparecen en las más antiguas civilizaciones asiáticas del hoy llamado Medio Oriente, en Europa y más adelante en América. Va, pues, de Oriente a Occidente y viceversa.
   Durante los primeros siglos de nuestra era, el cuento --oral o escrito-- tenía fines religiosos o morales, servía para exaltar las grandes tareas  místicas o bélicas, en suma, estaba impregnado de una épica que ha marcado a toda la literatura aún a aquélla que se resiste. Luego de la Edad Media, los aspectos didácticos pierden fuerza y valor y aparecen los elementos de orden estético y el interés estilístico, a la par que adquiere la personalidad del autor. “El cuento moderno --dice el citado Menéndez Pidal-- es un arte absolutamente personal. Es un género literario lo mismo que otro cualquiera. Cada cuento pertenece exclusivamente a su autor, como le pertenece la novela, el drama o el soneto que haya escrito. Estas producciones individuales reniegan del pasado; no quieren tener más antecedentes que su único inventor, quieren que en él comience su historia y en él acabe: ‘mi ingenio las engendró y las parió mi pluma’”, concluye con cita de Cervantes.
   No es posible, desde luego, considerar al cuento como género menor o, en todo caso, como hermano pequeño de la novela. En rigurosa cronología, el cuento nació primero, sólo que es hasta el siglo XIX cuando adquiere la mayoría de edad, en tanto que la novela moderna parte, según los especialistas, de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha en 1605. “Se ha dicho --señala Julio Cortázar- que el periodo entre 1829 y 1832 ve surgir el cuento como género autónomo. En Francia aparecen Merimée y Balzac y en EU Hawthorne y Poe.” Con plena justicia, habrá que citar a este último, el que traducido al francés por Baudelaire, le da al cuento, en la misma época en que Marx estudia el capitalismo y las formas de ponerle fin a tan injusto sistema, sus principales características, las que van a marcar a todos sus descendientes hasta hoy. Lo diré de otra forma, con las palabras de Juan Valera, quien explicaba en 1907, en el prólogo a sus Cuentos completos, lo siguiente: “Habiendo sido todo el cuento al empezar las literaturas y empezando el ingenio por componer cuentos, bien puede afirmarse que el cuento fue el último género literario que vino a inscribirse. Hubo libros religiosos, códigos, poesías líricas, epopeyas, anales y crónicas, y hasta obras de filosofía y de ciencias experimentales, antes de que aparecieran libros de cuentos.” Lo curioso o extraño de su existencia es que, según han señalado varios autores, es justo su brevedad la que le permitió ser oral por largo tiempo, ir de boca en boca sin necesidad de escribirlo, lo que retrasó su desarrollo. No obstante, no olvidemos los relatos memorables que la inventiva de los árabes nos dio en Las mil y una noches o que Chaucer (Cuentos de Canterbury) y Boccaccio (El Decamerón) escribieron sus historias de irónico erotismo mucho antes de los años citados por Cortázar y lo hicieron con características de literatura moderna.
   Hace poco releí por razones de trabajo al Juan Rulfo cuentista. Al hacerlo recordé al crítico norteamericano Luis Leal, sin duda el más riguroso estudioso de la obra breve y valiosa del narrador jalisciense. En alguna página, señala, refiriéndose a “Luvina”, que, según Poe: “un cuento debe ser estructurado en torno a la unidad de impresión. Todos los elementos constituyentes del cuento dependen de ese principio. El cuento por lo tanto debe ser breve, esto es, lo suficientemente breve para ser leído en una sola sesión, porque si no lo es, ‘debemos resignarnos’ –según Poe- a perder el efecto inmediatamente importante que se deriva de la unidad de impresión: porque si es menester dos sesiones, los asuntos del mundo interponen, y todo lo que signifique totalidad queda destruido por completo…”
   Aunque lo que ahora llamamos minificción o brevicuentos ha llevado al extremo la brevedad, el cuento corto es algo tradicional, con medidas establecidas y suponen al menos unas diez páginas, más o menos. Hablar de un cuento de unas cincuenta páginas es ya entrar en el campo de lo que podríamos calificar como noveleta, término apenas conocido en México. Su éxito ha crecido debido a los tiempos de excesiva velocidad con la que nos movemos en ciudades complejas y desarticuladas y, desde luego, al apoyo de Internet. Pero este es un tema más complejo y con orígenes muy variados.
   Esto lo señalo como prólogo, aunque el libro Historias de la ruina de Ulises Paniagua, está bien prologado por Glafira Rocha, porque encaja en lo que antes expuse y en algo que como maestro de talleres de cuento he insistido: la unidad temática. Algo fundamental. No se trata, pues, de escribir un volumen de relatos donde hay dos de ciencia ficción, tres de amor y dos más de drama rural. Los grandes libros de cuentos están hechos como Borges escribió los suyos, o en México Arreola y Rulfo confeccionaron los suyos: con una severa unidad. Me parece, luego de la lectura de la obra de Ulises que hoy nos reúne que es un joven autor (1976), de talento y ya dueño de un trabajo respetable distribuido entre cuentos, poemas y artículos.
  El prólogo de Glafira Rocha es interesante, aunque debo advertir que no soy amigo de los prólogos. A Borges le gustaban tanto que han sido reunidos los muchos que escribió a lo largo de su vida en un volumen y les estampó un prólogo. A Jorge Semprún no le eran gratos, los desdeñaba. ¿Sería insensato decir que a mí me gustan los epílogos? Lo ignoro. Glafira desentraña los cuentos de Ulises, ese es el riesgo de los prólogos sobre todo cuando provienen de alguien inteligente y de talento. Un ejemplo: “En cada uno de los cuentos de Historias de la ruina, podremos encontrar a un ser que se tambalea entre lo que es y lo que debe ser e intenta salir de una vida auténtica.” Apoya su punto de vista en ideas de Heidegger. Más adelante lo vincula a un escritor que venturosamente festeja el cumpleaños 50 de su mejor novela, Rayuela: Julio Cortázar. También esa es una lograda aseveración acaso probada por el epígrafe del escritor francés, formado en Buenos Aires en la página inicial.
   Sin embargo la lectura de los relatos de Ulises Paniagua pone al descubierto una serie de facetas poco frecuentes en México. Cuidadosamente escritos, con una prosa cuidada, castigada suele decir Beatriz Espejo, nos introduce en un mundo de fantasía novedosa. De “Juguete chino” a “Cartas a un espejo muerto” y llegando al epílogo: “La rampa”, son cuentos inteligentes, escritos con belleza,  cuyas tramas nunca dejan de sorprendernos. Es el caso de “El sueño”,  donde alguien que se niega a dejar de soñar se topa con monstruos que ha anticipado el pintor Goya. Diálogos, historias, personajes, monólogos, reflexiones, todo en un gran libro producto de grandes lecturas y conducidos con la certeza del maestro,  del joven maestro en este caso. Ulises Paniagua escribe con la perfección y destreza de un narrador experimentado, dueño de lecturas que en cada relato son evidentes.
   Imagino que en este tipo de obras, no soy crítico literario, siempre hay cuentos que gustan más que otros.  La selección es difícil. relato tras relato el empuje creador no cede. “Para domar las furias”, “Historia del desasosiego” y “Crónica del Minotauro", son sencillamente portentosos. Eso no significa que, digamos, “Todos somos licenciados”, donde la ironía descuella, o “Encuentro en la embajada”, historia donde el personaje central es un Cuento, así, con mayúscula y en el que la literatura barata sale humillada, como debe ser, sean textos menores. Simplemente los primeros me parecieron muy logrados, producto de una buena mezcla de imaginación y cultura literaria, disciplina. Pero cualquiera que abra el libro se verá impedido a cerrarlo hasta su conclusión. Cada cuento posee valores literarios de mérito. Pienso que Ulises Paniagua produjo un libro notable. Sin duda los que le seguirán, lo situarán en un primer plano dentro de las letras mexicanas, tan pobladas de excelentes cuentistas. Su obra está tan cargada de méritos que me dejaron, tras cada página, muchas ideas que he tratado de manifestar en esta presentación. Debo decir, antes de concluir, que la amistad entre Ulises y yo, nace en las redes sociales, en Facebook concretamente y de allí, por fortuna, pasamos a la relación insuperable, donde uno se ve y conversa sin pantallas.
   Glafira Rocha hace notar en sus páginas iniciales que Ulises Paniagua estudió arquitectura y que eso lo hace edificar edificios o redificar los que están ruinosos. Pero en todos los casos la ruina es una obra maestra de las letras. No son casas tomadas como en el caso de Cortázar, las de Ulises son casonas e historias devueltas con alguna finalidad enigmática y hermosa.
 
 
 
 
 

jueves, 1 de agosto de 2013

Entrevista de Cristina Pacheco al escritor mexicano René Avilés Fabila

Comparto la entrevista que Cristina Pacheco hizo al magnífico escritor mexicano, gran cuentista y novelista de notable originalidad, autor del Gran Solitario del Palacio y Tantadel: el maestro René Avilés Fabila.


René Avilés Fabila



Da click en este link para ver la entrevista, tomada del programa televisivo de CANAL 11, Conversando con Cristina Pacheco.

http://www.youtube.com/watch?v=cIj--BNRFqI




Rafael Barrett, por Flavio Crescenzi

Rafael Barrett: el personaje, el hombre, la obra
 
por: Flavio Crescenzi
(Argentina)
 
 
 
 
La vida es un aire sutil, invisible y veloz, cuyos remolinos agitan un instante el polvo que duerme enl os rincones. El inmortal torbellino pasa, torna a la pura atmósfera, a lo invisible, y el polvo se desploma inerte en su rincón. Los sabios no ven más que el polvo: palpan minuciosamente los cadáveres.
 
Rafael Barrett
 


Barrett nos enseñó a escribir a los escritores paraguayos de hoy; nos introdujo vertiginosamente en la luz rasante y al mismo tiempo nebulosa, casi fantasmagórica, de la “realidad que delira” de sus mitos y contramitos históricos, sociales y culturales. 
 
Augusto Roa Bastos
 


I


El nombre de Rafael Barrett llegó a mí casi por casualidad, casi por milagro. Leyendo las acaloradas páginas de la novela El que tiene sed, de Abelardo Castillo, me encontré con el que probablemente sea uno de los mejores momentos de la literatura argentina contemporánea. Me refiero a unos nutridos y desbocados párrafos en donde el protagonista, Esteban Espósito, intenta hacerle creer a su interlocutora, la Sirenita, en un más que encendido monólogo, que ella es la única capaz de salvarlo de un nuevo naufragio alcohólico, de la inevitable catástrofe que acarrea siempre la embriaguez en grado extremo. En ese fárrago discursivo, Espósito cita a Poe –algo que me pareció inevitable– y a un tal Barrett. Este último personaje despertó mi curiosidad de una manera sorprendente.


Luego de investigar, descubrí que Rafael Barrett fue, en principio, un “joven del 98”, entendiendo esa expresión en un sentido amplio, es decir, no aludiendo a la etapa juvenil de la más tarde llamada “Generación del 98”,sino al amplio y variado espectro de jóvenes con inquietudes artísticas e intelectuales que coincidían, en España, con la turbulencias de finales del siglo XIX. La amistad de Barrett con Valle-Inclán, con Maeztu, con Manuel Bueno, con Ricardo Fuente, así como su contacto con Pío Baroja (quien supo retratarlo en Las noches del buen retiro) son datos que confirmarían su conexión con los núcleos más intranquilos de la juventud española de la época.


El joven Barrett se dio a conocer en los circuitos intelectuales de Madrid en 1902 de una manera muy particular. El 24 de abril, apaleó públicamente al duque de Arión, en plena sesión de gala del circo de Parish. Toda la prensa de la capital se hizo eco de la noticia que pronto se convirtió en un escándalo. Barrett había desafiado a duelo a un abogado de apellido Azopardo que, para evitar el enfrentamiento, convocó a un Tribunal de Honor alegando que Barrett no era “caballero” digno de batirse con él. El Tribunal, presidido por el duque de Arión, tomó como cierta la acusación de pederasta que Azopardo había lanzado contra Barrett y lo descalificó. Barrett, indignado, se hizo examinar por médicos de prestigio y, con los resultados en la mano, buscó al duque de Arión produciéndose la citada agresión. El Tribunal nunca restituyó el “honor” de Barrett. Pocos meses después, apareció en varios periódicos madrileños una sorprendente noticia: Rafael Barrett se había suicidado. Por supuesto, la noticia era falsa; sospechosamente falsa. Rechazado y expulsado de la sociedad madrileña, Barrett se trasladó a París, donde trabajó como corresponsal y periodista, para luego emprender su viaje a América a fines de ese mismo año.


En Buenos Aires, Barrett se dedicó al periodismo, un periodismo de denuncia, lírico, a medio camino entre la estampa mironiana de cuño impresionista y lo que más tarde ofrecería Arlt en sus inolvidables aguafuertes. Escribió para la revista Ideas, dirigida por el escritor Manuel Gálvez y para los periódicos El Correo Español, de Justo López Gomara, y El Tiempo, de Carlos Vega Belgrano. Cabe mencionar que el Buenos Aires con que Barret se cruzó estaba fuertemente polarizado. Por un lado, la más descarada muestra de opulencia; por el otro, el creciente descontento social. El siguiente fragmento del artículo “Buenos Aires”, publicado en El Correo Español, refleja sin ambages la sensación que esta ciudad le produjo:


El amanecer, la tristeza infinita delos primeros espectros verdosos, enormes, sin forma, que se pegan a las altas y sombrías fachadas de la avenida de Mayo; la vuelta al dolor, la claridad lenta en la llovizna fría y pegajosa que desciende de la inmensidad gris; el cansancio incurable, saliendo crispado y lívido del sueño, del pedazo de muerte con que nos aliviamos un minuto; el húmedo asfalto, interminable, reluciente,el espejo donde todo resbala y huye, los muros mojados y lustrosos, la gran calle pétrea, sudando su indiferencia helada; la soledad donde todavía duermen pozos de tiniebla, donde ya empieza a gusanear el hombre...


Chiquillos extenuados, descalzos, medio desnudos, con el hambre y la ciencia de la vida retratados en sus rostros graves, corren sin alientos, cargados de Prensas, corren, débiles bestias espoleadas, a distribuir por la ciudad del egoísmo la palabra hipócrita de la democracia y del progreso,alimentada con anuncios de rematadores. Pasan obreros envejecidos y callosos,la herramienta a la espalda. Son machos fuertes y siniestros, duros a la intemperie y al látigo. Hay en sus ojos un odio tenaz y sarcástico que no se marcha jamás. La mañana se empina poco a poco, y descubre cosas sórdidas y sucias amodorradas en los umbrales, contra el quicio de las puertas. Los mendigos espantan a las ratas y hozan en los montones de inmundicias. Una población harapienta surge del abismo, y vaga y roe al pie de los palacios unidos los unos a los otros en la larga perspectiva, gigantescos, mudos, cerrados de arriba abajo, inatacables, inaccesibles.


A fines de 1904, el periódico El Tiempo envió a Barrett como corresponsal a Paraguay para cubrir el levantamiento militar del general liberal Benigno Ferreyra contra el gobierno del partido Colorado. Sin dudarlo, nuestro autor se alistó en las filas revolucionarias con el claro propósito de quedarse en Asunción. En 1905, publicó sus primeros artículos para la prensa paraguaya, y, un año después, contrajo matrimonio con Francisca López Maíz, con quien tuvo un hijo. Cada vez más comprometido con el sufrimiento de los más desposeídos, identificado abiertamente con el anarquismo y vinculado a la Federación Obrera Regional Paraguaya, Barrett publicó, en 1908, una serie de artículos periodísticos donde denunciaba las explotaciones que sufrían los trabajadores de los yerbatales.  Lo que son los yerbales  sería el resultado palmario de lo expuesto. Poco tiempo después de su denuncia, se produjo el golpe de estado del Coronel Albino Jara en Paraguay. En medio de la lucha armada, fundó junto a José Guillermo Bertotto el quincenario Germinal. Pero la tuberculosis no le permitió continuar con las tareas que la revista le demandaba, y decidió recluirse en San Bernardino, cerca de Asunción. Clausurado el periódico, Barrett continuó luchando como pudo. Fue apresado y luego deportado; primero a Brasil, después a Uruguay.


La intelectualidad uruguaya lo recibió con los brazos abiertos. Al poco tiempo de llegar, inició un fecundo período de publicaciones para La Razón, de Samuel Blixén. Sin embargo, Barrett, aquejado por la enfermedad, decidió volver a Paraguay pasados unos meses. Al cabo de un año de espera en una estancia de Yabebyry, le permitieron radicarse en San Bernardino. Desde allí, colaboró con el periódico El Nacional, denunciando una vez más las atrocidades a las que eran sometidos los campesinos. En agosto de 1910, aparecieron ediciones uruguayas de dos de sus textos: el libro Moralidades Actuales y el folleto El terror argentino. Muy pronto, la enfermedad obligó a Barrett a trasladarse a Francia para ensayar una milagrosa cura con inyecciones de agua de mar. En su paso por Montevideo, entregó a Orsini Bertani los originales de El dolor paraguayo, libro que sería publicado en 1911. Rafael Barrett murió el 17 de diciembre de 1910 en Arcachón, a la edad de 34 años.


II


En el pensamiento de Barrett encontramos tanto influencias de la filosofía vitalista de Bergson como también de otras formas de reacción antipositivista, propias del decadentismo de fin de siglo. Para Barrett, la realidad es la vida, en su compleja e inaprensible movilidad, es decir, energía, y esa virtud operativa escapa al análisis racional. Lo real se siente y se ejecuta, no se explica. Lo real es inefable. En relación con esto, Barrett defiende un misticismo “humanizado”, sin dogmas ni misterios, en el que lo sagrado no es eliminado, sino que, por el contrario, se instala y se propaga abiertamente. Barrett sostenía que “todo es sagrado(...) somos sagrados en primer término; la naturaleza no ha revelado hasta hoy ningún factor tan prodigioso como el hombre”. Esa humanización de lo místico lleva como reverso una divinización de lo humano; por consiguiente, la divinidad de Cristo sólo residirá en su humana condición. No está de más aclarar que Cristo era una figura admirable para Barrett, sin embargo, esta admiración no estaba exenta de un fuerte rechazo a la Iglesia Católica y de un concepto difuso e impersonal de Dios, rasgos que nos permiten ver en sus ideas religiosas un auténtico ejemplo de “cristianismo ateo”.


En cuanto a lo social y lo político, el pensamiento de Rafael Barrett experimenta, a lo largo de los escasos siete años en que se expresa, una clara transformación que va desde un individualismo egotista (en el que se advierten rasgos irracionalistas de tipo nietzscheano), hasta un anarquismo altruista y solidario plenamente asumido. El punto de inflexión se produce entre finales de 1906 y principios de 1907. A partir de esas fechas, su preocupación por los temas sociales va siendo cada vez mayor, y cada vez más radical su posición crítica. Es probable que ése haya sido el tiempo que necesitó para asimilar la dura realidad americana, de cuyo contacto Barrett salió espiritualmente enriquecido. La exuberante y conflictiva vitalidad americana llenó, sin duda y con creces, el vacío que en él pudieron haber dejado los ambientes intelectuales europeos.


Es a partir de 1908 cuando Barrett comienza a autodefinirse como anarquista. No obstante, su anarquismo se inclina sensiblemente hacia el componente individualista presente en el pensamiento libertario, como prueba la definición que propone en un artículo: “el anarquismo, tal como yo lo entiendo, se reduce al libre examen político”. El aspecto ético es el otro pilar central. Fiel al pensamiento libertario, Barrett abomina del Estado en su doble faceta de opresor y explotador, y expresa la complementariedad de esas dos funciones en una frase de contundente sincretismo: “El Estado roba con una mano y degüella con la otra”. Asimismo, Barrett sostiene que el derecho es una pura formalización del uso del poder y una institucionalización de la violencia. La verdadera raíz del derecho, afirma, no está en el acuerdo de los ciudadanos, sino en el respaldo del poder. La justicia reducida a su esencia puede asentarse en un único elemento indispensable: “el verdugo...., sin el cual todo nuestro aparato administrativo se vendría al suelo”. Ningún tribunal tendría autoridad alguna sin el respaldo de la fuerza armada que ejecuta los fallos, y concluye que en realidad “la justicia no está en la balanza, sino en la espada”.


También adscribe Barrettal pensamiento anarquista tradicional al someter a crítica el concepto de Culpabilidad aplicado a los delincuentes y al considerar la posibilidad de su curación futura: “Hemos sacrificado a los hidrófobos hasta que llegó Pasteur ¿y qué hemos de hacer, Dios mío, sino guillotinar a los asesinos hasta que sepamos curarlos?”. El delito es un producto social y el castigo a los delincuentes no responde a motivos de justicia sino a razones de protección y defensa social: “La sociedad fabrica al asesino y después le corta el cuello. ¿Es justo? No se trata de ser justos, me contestareis, se trata de nuestra defensa. ¡Conforme!”.Y sobre el tema de la delincuencia realiza consideraciones de validez intemporal que podrían resultar, incluso, sorprendentemente actuales: “Hemos multiplicado la tentación y facilitado las venganzas; hemos mezclado la desesperación con las harturas, dejando entre ellas la barrera invisible y salvaje del azar. Es el triunfo de la democracia. ¡Y hay quien se queja del aumento de la criminalidad! Yo la encuentro inexplicablemente reducida”.


Los rasgos utópicos propios del movimiento anarquista son también una de las líneas centrales del pensamiento de Barrett. Utopía que él asume en toda su dimensión lógica, lo que le permite alejarse de los desbordes milenaristas que con frecuencia aparecen también en el anarquismo. “…lo que propongo es impracticable, y no lo propondría si no lo fuese. Estoy convencido de que es lo inaccesible lo que debe guiarnos. (...) Es el ideal, absurdo si queréis –¡quéimporta!–, lo único que puede guiarnos en la vida”. Para Barrett, el verdadero ideal está siempre en el mañana y nunca será del todo descubierto, ya que cada ideal conquistado implica, necesariamente, el surgimiento de otro superior. La utopía es, al fin y al cabo, conciencia y voluntad de marcha, razón ardiente, único sentido para los que sueñan un futuro.


III


En su fugaz trayectoria de escritor comprometido, Barrett se ocupó de denunciar lo que muchos no se atrevían a escuchar. Autoproclamado “obrero de la pluma”, vivió en diálogo con el mundo, y Buenos Aires era parte de ese mundo. Los numerosos escritos sobre la ciudad y su folleto El terror argentino, publicado en el año de los festejos del Centenario, dan cuenta de su preocupación por lo que acontecía en nuestro país. Con una mirada corrosiva, describió, interpretó y evidenció, desde Paraguay y Uruguay, la realidad argentina del 900.


El peso de los acontecimientos ocurridos en los años próximos al Centenario de Mayo llevó a Barrett a escribir numerosos artículos sobre la represión policial, la cuestión social, las leyes antimigratorias, la actitud del gobierno para con los trabajadores y la fuerza del anarquismo en Buenos Aires. Internacional como las injusticias que denunciaba, Barrett no conoció de límites geográficos. Los abusos le molestaban en cualquier lugar donde ocurriesen; los poderosos lo irritaban más allá de las fronteras.


Su obra es una de las producciones en prosa más significativas del repertorio anarquista de principios del siglo XX, una muestra de militancia libertaria y un ejemplo de periodismo. Rescatarla nos permite tanto iluminar una época decisiva para nuestra historia como recuperar aquellas estrategias discursivas que buscaron consolidar una mirada crítica sobre las posiciones oficialmente instituidas. Ya pasaron más de cien años de su nacimiento en tierras españolas, y otros tantos de su llegada a América. Sin embargo, su descubrimiento, de este y del otro lado del océano, recién está empezando. Es cierto que Rafael Barrett brilló en su época como el prosista apreciado por Rodó y por Borges, por los anarquistas de todas las latitudes y por todos aquellos lectores adictos a la buena escritura, pero su presencia se tornó vaporosa con el correr del tiempo. En la memoria de quienes gozaron con sus textos quedaron sus palabras, palabras que hoy subsisten, detrás de la carcoma de los años, llenas de vida, razón y actualidad.





Artículo tomado de La Tecl@ Eñe: http://lateclaene.wix.com/la-tecla-ene#%21rafael-barrett-el-personaje-el-hombr/c20vh).