sábado, 18 de junio de 2016

El baño, lo público y lo privado a través del celuloide, por Ulises Paniagua

El baño, lo público y lo privado a través del celuloide

Ulises Paniagua



El baño, es sin lugar a dudas, uno de los espacios de privacidad dentro de una casa o un departamento. Si bien la sala, el comedor, o incluso la cocina, son espacios compartidos donde las familias o los room mates se relacionan de manera frecuente, la recámara y el baño constituyen islas donde es posible guardar secretos, donde no es necesario mostrarse a los otros si no se quiere.
               Por otra parte, el baño público presenta dinámicas socio-culturales totalmente opuestas. Desde un punto de vista urbanístico, se trata de un espacio abierto con cierto umbral de privacidad, pues no se mantiene a la vista de cualquier paseante que anda por la calle, pero no tiene la intención, en ningún momento, de producir el aislamiento de los frecuentadores. En el baño público se conversa, se comparten preocupaciones, se desea el cuerpo ajeno, se ama, se odia, se cumplen ritos y tradiciones.
               Esta mirada de lo público y lo privado en el baño ha sido motivo de inquietud entre algunos cineastas, quienes no han resistido la tentación de retratar las relaciones personales, psicológicas, antropológicas y sociológicas que suceden en tales lugares.
               Hablemos de lo privado. En este sentido, la visión cinematográfica parece ocuparse de un término que dice mucho en sí: intimidad. La intimidad, en su condición solitaria, se erige como un refugio del mundo; o permite un aislamiento angustiante donde puede ocurrir un crimen sin que algún vecino se entere de lo que pasa en la casa cercana.
               Veamos dos ejemplos puntuales al respecto. En la película Intimidades de un cuarto de baño, el cineasta mexicano Jaime Humberto Hermosillo, que escribe y dirige la cinta, consigue que una familia mexicana de clase media desnude sus más oscuros secretos frente al espejo del baño (Administrador Proyecto Cuarenta, 08/01/2016). En la cinta estrenada en 1989, todo ocurre en el cuarto de baño de una familia: ducharse, evacuarse, hacer los ejercicios, hasta masturbarse. Se observan conversaciones en las que se revelan las tensiones, las angustias y los secretos de los habitantes del hogar: una pareja, su hija adulta y el novio de la hija. Todo ello ocurre en un período de veinticuatro horas (Corre Cámara, fecha de consulta: 13/04/2016). A través de la pantalla, es posible comprender las diversas actividades que se realizan en un espacio tan reducido, incluso las vergonzosas.
               En el segundo caso, la intimidad como angustia, la cinta Psicosis, de Alfred Hitchcock, muestra que si bien tomar una ducha en la regadera es una de las acciones más privadas, el hecho de que alguien espie mientras lo hacemos nos vuelve vulnerables. El director británico llevo la invasión a la privacidad al máximo, al apologizarla en el célebre crimen de Norman Bates (Anthony Perkins), cometido sobre el personaje de Marion Crane (Janet Leigh). Filmada en 1960, la escena de la ducha se rodó en siete días, dura tres minutos, tiene setenta y siete ángulos de cámara, y cincuenta planos. La música de violines de Bernard Hermann ayuda a generar este efecto donde se pasa de la más absoluta tranquilidad a una alarma estresante, en una metáfora de la transformación abrupta del espacio privado al espacio público. El acierto psicológico de Hitchcock de colocar la escena en la regadera, sigue estremeciendo el inconsciente de muchos espectadores.
               En cuanto al baño público como práctica socio-cultural, existen diversos testimonios cinematográficos provenientes de culturas distintas. En la cinta Kadosh, de 1999, dirigida por Amos Gitai, se muestra la práctica judía de lavar, en un baño semipúblico, a las novias a punto de desposarse. El baño es, entonces, un espacio sagrado para la cultura israelí, un sitio al que sólo les está permitido acceder a algunas mujeres además de la novia, lugar de preparación espiritual y física de una prometida que debe ser virgen, idea anacrónica de un judaísmo dogmático que no es tema de esta ponencia, pero que ha legado esta práctica religiosa especial.
               El baño de vapor en la cultura japonesa, y en general en la cultura oriental tuvo también una gran aceptación. En el interior de los baños públicos japoneses, al igual que sucedió y sigue sucediendo en México, se suscitan una gran cantidad de conversaciones que ayudan a los hombres a orientarse (o desorientarse) ante un mundo externo donde no les es permitido compartir sus intimidades, por considerarse que abrir el corazón es signo de debilidad femenina. Así, en el baño público se atienden negocios, se llega a acuerdos, se suscitan improvisadas terapias de grupo. La cinta china La ducha, conocida también como El baño, dirigida por Yang Zhang en 1999, muestra un negocio de baño público que es atendido por el padre del protagonista. Cuando su padre muere, el protagonista tiene que hacerse cargo del negocio contra su voluntad, en un inicio, pero poco a poco comienza a darse cuenta de la importancia de este establecimiento, de la riqueza y profundidad de las prácticas socio-culturales que allí se practican. Cuando, al final de la cinta, ya no le es posible sostener el negocio por falta de frecuentadores y el baño es demolido, el director parece presentar la metáfora de la modernidad destruyendo el patrimonio antropológico de la cultura japonesa. Cabe aclarar que en Japón existen diferentes tipos de baños públicos, no todos son iguales. Dos ejemplos de ello son el sentó, baño comunitario donde hombres y mujeres pueden ir a bañarse a diario, si quieren, pagando un módico precio; la entrada de estos baños públicos siempre está marcada por una pequeña cortina, llamada nōren;  y el rotenburō, que no es más que un ōnsen al aire libre, es decir, un baño de aguas termales al aire libre. Se trata de baños termales naturales que se encuentran al exterior, rodeados de jardines, montañas y una naturaleza de belleza extrema.
               En el caso de la cultura mexicana, el baño se ha erigido como un espacio sagrado y de interacción humana. El baño entre los indígenas era una costumbre habitual. Se dice que Moctezuma se lavaba a diario y tenía baños en todos sus palacios (Bautista, 2014-2105:33). Durante la época virreinal no existían baños ni públicos ni privados. Gustavo Curiel narra en Ajuares Domésticos, Los rituales de lo cotidiano, que la casa del capitán Cristóbal de Avendaño, en 1672, tenía regadera, y era considerada una rareza (Bautista, 2014-2015:33).
               Los primeros baños públicos en México comenzaron a construirse a finales del siglo XVIII, en tiempos del virrey Pedro de Cebrián. El primer baño de vapor en la Ciudad de México, por su parte, se ubicaba en la calle de Filomeno Mata número diez, antes callejón de los Betlemitas, justo al costado del actual museo de Economía (Bautista, 2014-2015:33).
               Actualmente hay más de doscientos baños en la ciudad, entre ellos los Baños Balmis de la colonia Doctores, los baños Catalina, de Mixcoac, el San Juan, a dos cuadras del metro Salto del agua, y el Señorial, en Isabel la Católica esquina con Regina.
               Éste último es muy importante desde el punto de vista de la cinematografía nacional, pues se cuenta que en su interior sucede el trepidante final de la película Principio y fin, de Arturo Ripstein, filmada en 1993.  En el film, los Botero, una familia de la clase media mexicana, luchan contra la pobreza tras la muerte del padre. Doña Ignacia, la madre, decide sacrificar el futuro de sus tres hijos mayores y proteger a Gabrielito, el menor, en quien ha depositado todas sus esperanzas para que devuelva la fortuna a la familia. Sin embargo, cuando las cosas salen mal y con las esperanzas muertas, Gabrielito (Ernesto Laguardia), pide a su hermana prostituta, interpretada por Lucía Muñoz, que se suicide en un privado de estos baños para evitar la vergüenza de la familia, mientras él hace lo mismo inhalando gas desde uno de los tanques de la azotea de El Señorial, en una secuencia que lleva como única música de fondo un conjunto de percusiones.
               Dos ejemplos más para resaltar la importancia del baño público a través de la mirada del celuloide. En En el callejón de los milagros, adaptación del director mexicano Jorge Fons de una novela de Naguib Mahfuz, filmada en 1995, es justo en los baños públicos donde Don Rutilio (Ernesto Gómez Cruz) descubre su homosexualidad tardía, al sentirse atraído por un joven que acude frecuentemente al lugar. El contacto y la visión del cuerpo masculino es también motivo de concurrencia para muchos. El baño público como punto de reunión de encuentros homosexuales, es también una característica de tales espacios. Son famosos en la comunidad gay los baños Finestre de la colonia San Rafael.
               El segundo ejemplo viene acompañado de la película Perro callejero 2, porque muchas escenas de esta película fueron filmadas dentro de los baños de Peralvillo.
               En resumen, la importancia socio-cultural del baño, tanto público como privado, en México, es innegable. En el caso del baño público, se constituye como un refugio íntimo ante “los otros”. En el caso del baño público, es un espacio de convivencia, de encuentro, de rituales. Ambas miradas han sido registradas a través del ojo observador del lente de la cámara cinematográfica. El baño, de esta manera, ha sido inmortalizado gracias a la industria cinematográfica.


Hemerografía
Bautista, Tayde (2014-2015), De los baños públicos. Casa del Tiempo No. 11-12. UAM, México, Diciembre 2014-Enero 2015..

Fuentes electrónicas:

Administrador Proyecto Cuarenta (2016), Intimidades en un Cuarto de Baño, 08 /01/ 2016.

http://www.proyecto40.com/programa/la-vida-es-cine/nota/2016-01-08-11-57/intimidades-en-un-cuarto-de-banio/           

 

Corre Cámara, El portal del cine mexicano y más. Desde 2002 hablando de cine, Intimidades de un cuarto de baño. Fecha de consulta: 13/04/2016.

http://www.correcamara.com.mx/inicio/int.php?mod=peliculas_detalle&id_pelicula=8865



 

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